miércoles, 28 de noviembre de 2007

Visita inesperada (o Baudelaire por la mañana)



Mirando al albatros desde cubierta me doy cuenta cuán difícil se puede hacer la tarea de crear -o creer que se crea-
Lejanos quedan aquellos días en los que, con un simple chasquido, se presentaba la musa; ebria y dispuesta a ser poseída por la lujuriosa imaginación del más simple de los mortales.
La vorágine de los pasos apresurados, de las suelas hambrientas de más tierra y polvo y piedras, ha degenerado el don primario de la visión sin “peros”.
Pobre del albatros, indefenso. Desnudo ante los ojos acusadores de la envidia y la mediocridad ajena. Inexplicable.
Desde cubierta también observo el horizonte, inalcanzable.
Y las siluetas de los tantos albatros que antes me rodeaban empiezan a caer en la lejanía. Todos van cayendo. Inevitables.
Las teclas se han quedado en el olvido. Polvorientas. Los días se han detenido en ayeres. Inolvidables.
Mirando al albatros desde cubierta no puedo evitar sentir esa presión en la garganta, premonición absurda de lo que debes dejar partir a pesar de tu pesar.
Tan lejano ahora está el plumífero, que su cuerpo se confunde con las nubes grises del atardecer temprano de mi cabeza.
Tengo la esperanza que sea él quien -en su amplio panorama- pueda posar su mirada -viciosa y cansada- en un punto sobre esta cubierta.

“Sus alas de gigante le impiden caminar”. Es cierto, Charlie.

Muy cierto.