jueves, 6 de septiembre de 2007

Ruleta Rusa


Si es el destino un mero juego de probabilidades y la vida misma es una probabilidad, entonces estamos condenados a vivir en la incertidumbre o solo tener la certeza de que la muerte es algo que de manera inexorable nos llegará.
Hacemos planes, soñamos mucho y, sin embargo, nadie nos prepara para acatar la destrucción misma de nuestros sueños o la larga agonía de saber que lo planeado no vendrá.
Caminamos por un sendero pedregoso y caemos.
Lloramos nuestros errores –a veces con sangre-
Las cosas que van quedando en nuestro camino se tornan por momentos grandes bloques de añoranza, de pena, de alegría o de confusa y profunda tristeza.
Las consecuencias de nuestros actos siempre nos alcanzan ya sea para regocijarnos en ellas o sucumbir ante la impotencia de no poder cambiar el pasado.
Pero, qué es más fácil? : tornar la mirada como quien ve un paisaje al pasar por una carretera mientras nuestras manos agarran el timón? O darnos un tiempo para soslayarnos ante la inmensidad de las cosas que la madre tierra nos ha regalado.
Sinceramente -creo ahora- debemos pisar el acelerador ante los escenarios que nos impregnen esa angustia de no saber qué apreciar con exactitud. Debemos, sin temor, conducir por esa larga vía convencidos de que el final estará cerca para descansar en la cabaña de nuestro lecho mortuorio, acariciando la paz que nunca tendremos en vida. Porque la muerte es la última parada de nuestro sufrir terreno. Ese destino que se empeña en maquillar lo poco que se nos da para sentirnos satisfechos de una vida huérfana, inconclusa y llena de vacíos difíciles de llenar.
En promedio, el ser humano no se conforma con los momentos minúsculos que nos otorga la realidad. En general, los días pasan y destruimos o degeneramos las imágenes inmaculadas de nuestra infancia.

cuánto camino nos queda por recorrer?
cuántas lágrimas tendremos que dejar?
cuántas mentiras más, creer?

Ay! Pobre de nosotros, niños tan cansados de seguir creciendo.